23 jun 2014

Capítulo 8


Sin desesperarse por llegar hasta el bosque Albanés, donde Helena Ravenclaw había escondido la famosa diadema de su madre, Tom se quedo en el país francés lo suficiente para notar que no se perdía la gran cosa si se iba. La cultura liberal y los paisajes caballerescos con sus castillos y ríos sinuosos no era lo que estaba buscando en ese viaje de conocimiento.

Ahora que el invierno tocaba su fin, y la primavera arribaba con paso florido y cantos naturales era momento de avanzar hasta Alemania. Allí la magia oscura era moneda corriente y se la practicaba de manera más abierta, sin tanto prejuicio como en Inglaterra u otros países europeos.

Sin estar seguro de qué es lo que encontraría Tom llegó a un país gris y arrasado por la guerra. Enseguida se asqueó con la condición de vida de los muggles, quienes vagaban por las calles, andrajosos y sucios pidiendo limosnas. No había distinción entre mujeres y hombres, ricos o pobres, niños o ancianos, todos carecían por igual.

Buscando un lugar alejado de tanta miseria recorrió campos que florecían por primera vez en mucho tiempo. A medida que dejaba las grandes ciudades a su espalda el aire era más fresco y puro. El silencio sólo se cortaba con el trino de los pájaros y el calor se atenuaba a los pies de las montañas.

Una vez había oído de una comunidad mágica que se encontraba entre los Alpes, a las afueras de la ciudad de Füssen en Baviera. Si llegaba hasta allí se quedaría por lo menos una estación para estudiar mejor la región e investigar todo lo que pudiera sobre Albania. Siempre se había hablado muy bien de los magos y hechiceras alemanes y quizás, si se movía por los sitios adecuados, pudiese encontrar alguien que le enseñara un truco nuevo o dos.

Magienschen, como se llamaba el poblado encallado en la región sur de Alemania, parecía sacado de una pintura. Las casitas blancas con techo a dos aguas de tejas rojas sobresalían contra el verdor dorado de los campos sembrados. Rodeado por montañas boscosas y bajo un cielo azul brillante tenía un aire atractivo y tranquilizador que convencía a cualquiera que pasara por allí de quedarse a conocerlo.

Desde lo alto del camino que llevaba a la entrada del pueblo se podía ver a lo lejos un castillo construido en una colina que parecía resguardar todo lo que estaba a sus pies. Neuschwanstein se llamaba y curiosamente había escapado de los bombardeos a pesar de estar tan a la vista, suerte de la que no disfrutó su constructor quién murió de manera misteriosa a orillas de un lago.

Dejando atrás el palacio llegó hasta una arcada de hierro negro y madera indicaba la entrada al pueblo, a cada lado una gárgola de granito vigilaba la entrada y alejaba a los muggles. Cerca de allí un hombretón gordo y con cara de pocos amigos barría las hojas que se acumulaban frente a su casa. Cuando Tom se acercó, el hombre le preguntó con voz gruñona:

-Wer sind Sie?

-No hablo alemán –respondió Tom y siguió su camino.

Su interlocutor le cortó el pasó con la escoba y luego se llevó la varita al cuello murmurando un hechizo en voz baja.

-¿Quién es usted? –preguntó de nuevo con una voz acuosa.

-Un viajero, cansado y que busca donde pasar el resto del día –respondió Tom, haciendo un memorándum mental de que tendría que aprender ese hechizo idiomático.

-Tres cualidades que no nos gustan en Magienschen –siguió diciendo con su voz modificada-. Le recomiendo que se marche rápido, si sabe lo que le conviene.

-¿Un campesino inútil me va a echar? –Amenazó Tom, perdiendo la paciencia-. Dígame dónde está la posada más cercana y se evitará un gran dolor.

-Verdammt! –lo insultó con tono agresivo, preparándose atacar.

Tom, ágil como era, sacó la varita y le lanzó un hechizo que le asestó en el pecho a su oponente y lo dejó tendido en el suelo, luchando por respirar. El efecto pasaría rápido pero él no se quedaría para verlo, en su lugar se encaminó cuesta abajo teniendo que hacerse sombra con la mano porque el ocaso frente suyo proyectaba un resplandor dorado que teñía todo el valle.

Cuando llevaba pocos minutos andando notó que el campesino de la entrada no se había equivocado. Las personas que se iba encontrando lo miraban con cara de pocos amigos, se alejaban con paso apresurado o murmuraban entre sí, señalándolo. Aunque empezó a sentirse incomodo ignoró a los aldeanos y golpeó la puerta en un edificio de ladrillo visto que tenía un pequeño cartel anunciando que se trataba de un hotel. Pensaba pasar la noche allí pero sus planeas se aguaron apenas lo atendieron.

La mujer lo miró de arriba a abajo y le preguntó algunas cosas en un rápido alemán que Tom no entendió. Al darse cuenta que era extranjero, ella negó con la cabeza y dijo "Nazi…"

No era la primera vez que lo llamaban así en el pueblo y Tom tenía una vaga idea de que significaba, pero no entendía por qué después de seis años terminada las guerra la gente seguía con miedo y sombras de desconfianza en sus miradas.

-¡inglés! –gritó un chico menudo que no pasaría los diecisiete años-. ¡Si! ¡Tú!

-¿Qué quieres? –Preguntó Tom acercándose con cautela-. No tengo dinero para darte. Ve a mendigar a otro lado.

-¡Ja! Los forasteros se creen la gran cosa. No necesito oro, pero si quieres que te diga dónde te recibirán un poco mejor debes escucharme.

-¿Y porqué me harías ese favor?

El muchacho sonrió de una manera que a Tom no le gustó. Había algo raro en él y mientras más tiempo estaba en Magienschen menos le gustaba, era como si la apariencia bonita del pueblo fuera una trampa.

-Mi padre era de Manchester. Thomas Mclean sr, a mi me nombraron por él: Tom jr –siguió el joven sin llegara a ver la mueca de desagrado de su interlocutor-. Por eso me gusta ayudar a mis compatriotas, ahora si fueras francés o ruso no sería tan amable.

Un grupo de jovencitas pasó rápido por su lado, lanzando miradas reprobatorias.

-Tienen miedo, si bien la guerra no llegó hasta aquí, los magos franceses que intervinieron registraron toda la zona en busca de enemigos y maltrataron a los sospechosos, se llevaron a algunas personas y esas cosas… los extranjeros no dejaron una buena impresión, por eso nadie te hospedará aquí.

-Dijiste que conocías a alguien que si –objetó Tom.

-¡Ah! Nadie lo hará… Excepto el viejo Arúspico Basescu, vive en un antiguo hospedaje en el linde del bosque. A falta de clientes se gana la vida trabajando en el cementerio, pero siempre está dispuesto a dar una mano.

-Entonces, llévame con él.

-Ya es muy tarde. Mi madre no se alegrará mucho pero esta noche puedes quedarte en el sillón de mi casa. Debes prometer que apenas despunte el alba te habrás hecho humo.

Tom asintió y el joven lo llevó hasta su hogar.

Decir que el señor Arúspico poseía un viejo hospedaje era mucho. La construcción antigua y ligeramente inclinada a la izquierda tenía las paredes exteriores negras de hollín y cargaban el peso de una enorme enredadera que crecía a sus anchas. A unos cincuenta metros de distancia el joven se despidió, bastante ansioso por alejarse de allí.

-Creo que nos veremos luego. Y no rechazaría unas monedas…

-Lo único que recibirás será una maldición.

-¡Oh! Bueno, bueno… valía la pena intentarlo. El dinero extra nunca está de más.

Tom se acercó con cautela al hostal. No tenía cartel ni ninguna otra indicación, sólo una campana de bronce que servía para llamar. Cuando puso un pie sobre los restos de una alfombra de "Bienvenidos" la campana empezó a sonar con un tañido lúgubre sin que la tocaran.

A los pocos minutos las campanadas cesaron y se escuchó el inconfundible sonido de una llave girando dentro de la cerradura. La puerta se abrió no sin antes resistirse un poco y dejó a la vista al anciano dueño del lugar.

El señor Arúspico era tan horripilante como su casa: Un viejito achaparrado con la piel llena de manchas y cabello grasiento que le empezaba a escasear. Sus ojos inyectados en sangre recorrieron a Tom milímetro a milímetro, antes de sonreírle con una mueca retorcida de dientes podridos.

-Reconozco la magia oscura con precisión, muchacho y tu apestas a ella… me pregunto qué cosas has hecho, eres joven si… pero tu aura vibra con perturbación.

No era una buena forma de recibir a sus posibles huéspedes pero Tom lo pasó por alto.

-Busco hospedaje por un tiempo y me dijeron que es el único que me aceptaría –objetó, aferrando con fuerza su bolso.

-¿Y no tienes miedo? Pocos se acercan a mi posada, sobre todo por lo malditos rumores que circulan por la villa.

Tom sacó su varita del bolsillo y la giró con agilidad entre los dedos.

-Nada temo con ella en mis manos, de hecho quienes se enfrente a mi son los que deberían temblar.

-Valor no te falta –el hombre se hizo a un lado-. Si te andas con cuidado aprenderás algo, pero recuerda no confiar en nadie… es la primer regla para vivir en Magienschen.

Él sabía muy bien aquello, nunca había contado con amigos, no deseaba tenerlos y le disgustaba lo traicionera que podía llegar a ser la gente, por ese motivo siempre que estaba rodeado de personas las vigilaba de cerca y jamás, jamás se permitía fiarse de ellas o relacionarse sentimentalmente porque si llegaba el momento y tenía que deshacerse de alguien no quería dudarlo.

El interior del hostal estaba tan descuidado y sucio como el exterior. Parecía que nadie había limpiado en décadas, de hecho Tom dudaba que hubiera habido huéspedes en más de quince años.

-Si, la guerra arruinó el negocio –dijo el señor Arúspico viendo que Tom observaba con recelo el lugar-. Aunque sirvió para mejorar otras cosas…

Subieron una escalera de hierro fundido que se mecía a medida que ascendían. Al final del pasillo se detuvieron y el anciano buscó una llave de entre varias que componían su llavero hasta dar con la indicada.

-Mantengo un par de habitaciones preparadas por si eventualmente alguien las necesita.

El cuartito albergaba una cama de mantas raídas, un mueble que hacía las veces de biblioteca, cómoda y placard, una silla mecedora a la que le faltaba parte del respaldar y una ventana pequeña que se rompió cuando el señor Arúspico intentó abrirla forcejeando con la herrumbrada cerradura.

-Reparo –dijo y la abertura se restauró-. Bueno, si necesitas algo mi turno en el cementerio empieza a las seis hasta entonces estaré en el comedor. ¡Ah! Y el baño está justo al lado, ten cuidado con las cucarachas.

Tom que había dormido lo suficiente esperó hasta no escuchar más los pasos del anciano y sacó sus pertenencias de bolso. Esparcidas sobre el colchón no había muchas cosas pero eran tan valiosas como una montaña de oro.

Con cuidado limpió el frasco de la poción verdosa que había preparado con Nagini, la bruja francesa. Guardaba buenos recuerdos de ese año que pasó con ella y valoraba mucho lo que habían creado juntos, en algún momento esa poción le sería de mucha utilidad, era cuestión de esperar el momento adecuado.

Luego sacó del estuche de piel la copa de Hufflepuff su más reciente Horrocrux. Como consecuencia del hechizo había obtenido una red de cicatrices que aumentaba su longitud con los años y ahora le cubría casi todo el cuerpo excepto el rostro y las manos. Los otros dos Horrocruxes, el diario y el anillo no habían provocado mucho cambio en su anatomía.

Si continuo dividiendo mi alma hasta llegar a siete partes, en qué me transformaré se preguntó Tom, extendiendo y flexionando sus largos dedos blancos.

Volvió a guardar todo e intentó esconder el bolso dentro del placard pero este estaba cerrado con llave.

-¡Alohomora!

Nada pasó.

-¡Alohomora!

Siguió igual.

-Mierda.

Tom hurgó en su mente intentando recordar un hechizo más potente. Observó con cuidado la cerradura, sintiendo un cosquilleo en el cuerpo una maldición contra ladrones resguardaba el mueble.

-¡Ja!, ya sé como desactivarte… ¡Relashio!

Ahora si, después de vibrar un poco las puertas se abrieron dejando salir a un par de polillas y Tom comprendió por qué estaba cerrado tan celosamente. Dentro del armario reposaban unos pequeños frascos con un líquido bordo que no era otra cosa más que sangre y en un recipiente sellado con cera flotaba un asqueroso conjunto de ojos, dedos y cabellos.

Asqueado se alejó, definitivamente no se iba a quedar allí más de una noche. Se iría de Magienschen lo antes posible, era un pueblo asqueroso.

-Lamento que hayas tenido que ver eso, muchacho. Olvide sacarlas –murmuró el señor Arúspico haciéndolo sobresaltar ya que no lo escuchó entrar en la habitación.

-¿Qué es todo esto? ¿Quién es usted? –Tom lo apuntó con la varita, sentía un tic en el ojo izquierdo.

-Tranquilo, soy un anciano mago que disfruta del inocente arte de la necromancia. ¿Acaso es un pecado?

Sin bajar la varita, Tom preguntó:

-¿Los pueblerinos saben que hace estas cosas?

-Sólo se corren rumores, nada más… creo que me echarían de la villa si saben lo que hago… pero tú eres diferente.

-No. ¡Sabe qué! Será mejor que me marche ya.

-¿Para negar lo que eres? –Insistió el viejo a medida que Tom guardaba sus cosas.

-Hágase a un lado o lo mataré.

-¿Y con mi muerte harás otro Horrocrux? –preguntó con voz susurrante.

-¿Cómo lo sa… -Tom estaba horrorizado, habían descubierto su secreto- ¡Explíquese!

-Por tu aura… verás el aura de cada uno es una extensión del alma interior y brilla con más o menos fuerza dependiendo de las condiciones de esa personas, para el ojo entrenado no es difícil distinguirla y la tuya prácticamente no existen.

El señor Arúspico cerró el armario y le echó la maldición de nuevo.

-Muchacho la única forma de mermar el aura es mutilando el alma, consumiendo tu esencia y para hacerlo no existen muchas opciones. Sin embargo, jamás escuché de alguien que haya logrado ir tan lejos.

-Ni lo hará, sólo un mago con mucho potencial y con sangre antigua recorriendo por sus venas puede ser capaz.

-Interesante… interesante –murmuró para si el viejo-. En fin, ahora que las máscaras ya no están y ambos sabemos algo horrible del otro te propongo algo: ayúdame a traer un cadáver fresco del cementerio y podrás aprender el delicado arte de hacer un inferius.

-¿Con qué objeto?

-Una mente brillante como la tuya no querrá perderse esta oportunidad única. –El señor Arúspico se restregó las manos con impaciencia-. Es un arte perdido y por suerte para ti yo soy un experto.

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