23 jun 2014

Capítulo 7



Recostado en un banco mientras la fresca brisa invernal le agitaba el cabello, Tom contemplaba con los ojos abiertos el cielo nebuloso, pero sus pensamientos estaban muchos más allá, años atrás cuando aún recorría los pasillos del colegio seguido por un grupo de fieles jóvenes.

Había sido todo un líder y había aprovechado esta capacidad y popularidad para hacer del castillo su pequeño reino, dónde todo lo que quería se cumplía. Orquestando con cuidado grandes planes y manteniendo en secreto muchas cosas importantísimas era como había vivido sus años escolares.

De hecho, recordaba con emoción el día que descubrió que era el legítimo heredero de Slytherin, porque eso quería decir, que en cierta forma el castillo era suyo, le pertenecía una parte de ese lugar y esto se confirmó cuando encontró la misteriosa Cámara de los Secretos. El basilisco lo obedeció reconociéndolo como su dueño, e incluso llegó a matar a una sangre sucia.

Regodeándose con estos recuerdos, le vino a la mente una voz espectral, parte de otro hecho curioso que ocurrió en su séptimo curso, poco antes de que terminara el año.

Una noche, cuando el castillo estaba sumido en sueños y las estrellas de la eran la única luz que se colaba por las ventanas, acompañando a una enorme luna llena, él había salido a dar un paseo. Necesitaba planear qué iba a hacer al terminar su escolarización, quería ocupar el puesto de profesor que quedaría vacante cuando la señora Merrythought se retirara, como él sabía que lo haría pero muy en el fondo lo que más deseaba era ser realmente libre y salir a recorrer el mundo para ampliar sus conocimiento, abrir su mente a nuevas corrientes de magia y perfeccionar sus habilidades, además de incrementar la cantidad de Horrocruxes.

-¡No deberías vagar por aquí a estas horas! –dijo una voz exaltada desde un rincón.

Tom levantó la vista, percatándose de la presencia de la Dama Gris, el melancólico fantasma de la casa Ravenclaw.

-Creo saber qué puedo y qué no puedo hacer…

-¡Oh! Como quieras, ami no me importa si te tropiezas en la oscuridad o si sufres un accidente y nadie te encuentra…

-Bien, volveré a mi habitación –accedió él, sólo para lograr que se callara-. Sólo quería dar un pequeño paseo para pensar.

Ella aflojó su expresión adusta y recorrió las bellas facciones del joven con ojos interesados.

-En tiendo, yo suelo aprovechar las serenas horas de la madrugada para recordar.

-Espero que sean buenos recuerdos… buenas noches –Tom se despidió con una ligera inclinación de cabeza.

-¡Hey! ¿eso que tienes ahí es una placa de prefecto? –preguntó la Dama Gris, acercándose a él.

Ambos miraron la reluciente insignia que el chico llevaba prendida en la pechera de la túnica.

-Cuando yo estudiaba en Hogwarts, no daban cosas como esas… de hecho éramos tan pocos que ni siquiera comíamos en el Gran Salón. No, no en ese momento lo usaban para prácticas de duelo…

-¿Hace cuanto tiempo fue eso? –inquirió Tom, pasmado.

-Muchísimo… tanto, que los mismísimos fundadores aún vivían y eran nuestros rigurosos profesores.

-Increíble que los hayas conocido.

-Y no sólo eso, mi madre no era otra que la famosa Rowena Ravenclaw.

-Debe haber sido difícil ser la hija de alguien tan famoso –opinó Tom, siguiendo al fantasma que flotaba por el pasillo emitiendo un resplandor nacarado.

-Ni te lo imaginas. Muchos de mis compañeros no me valoraban y decían que sólo estaba en la casa de mi madre por llevar su apellido, que no era suficientemente inteligente para pertenecer allí. Sufrí mucho mi estadía en el castillo.

-Lamento oír eso, estoy seguro de que ellos se equivocaban, si la seleccionaron para esa casa es porque se lo merecía.

Ella rió, complacida.

-¿Puedo contarte algo que muy pocas personas supieron en su momento?

-Adelante, siempre guardaré su secreto –dijo Tom, interesado en saber que le podría contar un fantasma de mil años de edad.

-Una mañana decidí vengarme y me llevé la famosa diadema de Ravenclaw. Traté de hacerme más inteligente, más importante que mí madre. Me escapé con ella.

-Es decir que la leyenda es verdad.

-Claro que sí, aunque Rowena fingió que todavía la tenía hasta el último día de su vida. Ella era hermosa y brillante pero sobre todo orgullosa.

-Pero la diadema era tuya también, herencia familiar –intervino Tom, impaciente porque el fantasma siguiera hablando.

-Visto así, tienes razón. Pero para ella, yo era una ladrona. Quería encontrarme y recuperarla, intentó todo lo que sabía hasta que enfermó. Estaba desesperada por verme una vez más… entonces envió a un hombre a buscarme. Sabía que no iba a descansar en paz hasta que lo hubiera hecho.

El rostro de la joven lucía una expresión de infinito arrepentimiento.

-¿Nunca llegaste a usarla?

-No, fue una estupidez que pagué con mi vida y la de mi madre. –una lágrima plateada recorrió su mejilla-. Mi antiguo enamorado, un joven barón, que hoy no es otro que el mismísimo fantasma de tu casa me encontró escondida en una cabaña e intentó por todos los medios convencerme de regresar. Yo me negué rotundamente y él, en un arranque de ira me asesinó. Tendría que haberme dado cuenta de que reaccionaría mal ante mi negativa. Él siempre insistía en tener la razón, respondiendo con ira descontrolada y violencia cuando se le contradecía.

Tom se acercó a ella, fingiendo compasión.

-Me gustaría ayudarte, hacer algo para aliviar su dolor… una mujer tan hermosa no puede sufrir eternamente. No es justo.

Ella levantó la mirada, complacida y confundida.

-Es muy tarde, no hay nada que puedas hacer pero agradezco tus buenas intenciones.

-En ese caso, será mejor que vuelva a la cama. –Tom se dijo a si mismo que investigaría más a fondo todo el asunto de la diadema, encontrar un objeto como ese sería increíble.

-¡Lo tengo! –Gritó ella, flotando hasta el joven-. Me sentiría mucho mejor si alguien encontrara la diadema y la trajera a Hogwarts, a dónde pertenece. Pero es mucho pedirte algo así, el viaje es peligroso y largo.

-¿Crees que es posible encontrarla? –inquirió Tom, emocionado por el rumbo que tomaba la conversación.

-¡Claro que si! La escondí muy bien y sólo alguien muy inteligente sería capaz de llegar hasta ese lugar.

-¿Está aquí en Inglaterra?

Ella negó con la cabeza.

-Albania, está en un bosque albanés.

-¡Uh! Eso está lejos… pero si te sentirás mejor teniendo la diadema de nuevo contigo haré mi mejor esfuerzo.

-¡Eres un sol! Siempre tendrás mi agradecimiento. Busca un mapa y te señalaré el lugar por dónde empezar.

Llegaron al final de corredor, la escalera que llevaba a las mazmorras donde la sala común de Slytherin se encontraba estaba iluminada con antorchas.

-Tiene que ser nuestro secreto –pidió él, con un susurro-. Prometo hacer lo que pueda.

Tom se incorporó de repente, sintiendo un calor vigorizante recorrerle el cuerpo como una descarga eléctrica. Sabía a dónde tenía que ir, como pudo haberlo olvidado.

Albania. Allí estaba la diadema de Ravenclaw, esperando a que un gran mago la saque de su escondite después de siglos, esperando paciente a que la sacudan de su letargo.



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