13 jun 2014

Capítulo 5


-En lo profundo del bosque hay una comunidad de hombres lobo –explicó el joven, mientras caminaban entre la vegetación-. Cada luna llena, nos ordenan que ataquemos diferentes poblados y llevemos comida.

-¿Quiénes son?

-¿Nuestros lideres? –El joven escupió en el suelo-. Cinco hombres, pero hay uno particularmente feroz y temible, a quien todos obedecemos…

Tom miró a su acompañante, quien arrastraba un pedazo de cadáver por el suelo, al parecer el chico no admiraba demasiado a sus superiores.

-Caius, así se llama. Odia a todo el mundo, incluso a nosotros… nos atacaría si pudiera pero sabe que le conviene armarse de un grupo numeroso de hombres lobo y vivir en el bosque, ya que no es un mago muy habilidoso como para dominar a los muggles y a los magos por igual.

-¿Odia a los de su propia raza? –inquirió Tom, perplejo.

-Bueno… se dice que nunca aceptó del todo su condición de lobo.

-¿Y tu?

-Me mordieron cuando apenas era un bebe, no sé lo que es vivir sin la parte animal dentro de mi. –contó con ojos brillantes-. Mi misión es transformar a tantos como pueda, esa es mi venganza al mismo tiempo. No por el hecho de que me convirtieron, sino, porque al hacerlo me marginaron, jamás podré llevar una vida normal junto al resto de la sociedad. Todos temen a los de mi especie, desconfían de nosotros… por eso disfruto desgarrando sus cuerpos indefensos y ver como intentan defenderse en vano.

El resto del camino lo recorrieron en silencio, cada cual inmerso en sus pensamientos e intentando no tropezar con las raíces que sobresalían.

Tom se detuvo al sentir un fuerte olor a putrefacción que le hizo arrugar la nariz y no tenía nada que ver con el cadáver que cargaba el joven lobo, a su lado. Después de pasar horas y horas vagando por la inmensidad del bosque, habían llegado hasta una construcción de gran tamaño venida a menos por las inclemencias del tiempo. El rojo de las piedras era sangre seca y miles de huesos habían quedado esparcidos en las inmediaciones del lugar.

-Este es nuestro hogar –informó el joven, aunque no hacía falta. Se acomodó el botín sobre el hombro y cruzó el arco de la entrada-. No use magia, a los lobos nos incomoda. Entremos.

Los ojos de Tom tardaron en acostumbrarse a la oscuridad y notó que, a medida que avanzaba por el largo pasillo, el mal olor se acrecentaba. Podía vislumbrar tenues sombras que se movían cerca de ellos y muchas veces se resbaló con restos de basura que había esparcida por el suelo.

No confiaba en su compañero por lo que tenía la mano metida en el bolsillo, sujetando con fuerza la varita.

Cuando parecía que el pasillo no tenía fin, vieron una luz amarillenta proveniente de una habitación contigua. El ruido de muchas voces ásperas y gruñonas llenó el lugar. Tom se sorprendió al ver tantos hombres y mujeres de aspecto sucios reunidos a los pies de una silla viejísima que servía como trono para Caius.

-Nuestro rey –ironizó el joven, en voz baja, antes de ingresar-. Presentémosle nuestro respeto y éste pedazo de carne que traje.

A medida que avanzaban, todos los ojos se posaban en Tom y lo seguían con desconfianza.

-Una presa viva… –empezó Caius, al verlo caminar en su dirección.

Él era una criatura delgada y de piel cetrina. Usaba túnica color vino y llevaba el cabello corto sobre los hombros. Una buena cantidad de cicatrices le deformaba el rostro junto con buena parte el cuello. Casi no parecía humano, como si el lobo que llevaba adentro estuviera luchando por salir.

-Quería una audiencia con usted –informó el joven señalando a Tom y dejando el cadáver a los pies de su señor.

-Y tú no tuviste mejor idea que traer a un mago hasta nuestro refugio. –La voz de Caius tenía un matiz amenazante que trataba de disimular con una sonrisa de colmillos putrefactos.

-No pensé… –intentó disculparse el chico.

-¡Silencio!

La mar de personas que los rodeaba, empezó a ponerse nerviosa. Algunos gruñían y otros insultaban por lo bajo.

-Nunca deben revelar nuestra ubicación, éste… –Caius abarcó el salón con la mano-. Es nuestro refugio.

-Lo siento.

-¿Lo sientes? –Caius le hizo una seña con la cabeza a un hombre que tenía al lado-. No, no, ahora lo vas a sentir.

Antes de que Tom pudiera reaccionar el joven fue atacado salvajemente por media docena de furiosos hombres que lo golpearon y lo arrastraron fuera del lugar, siendo arengados por la mayoría de los presentes.

-Ni se te ocurra. –Advirtió Caius, viendo que Tom sacaba la varita-. ¿Qué quieres, mago? ¡Ve al grano!

-Contar con al apoyo de su… comunidad –empezó con voz calmada-. Planeo acabar con la sangre sucia que se propaga entre las estirpes de magos y purificar las familias…

-¡Quieres nuestra ayuda! Pequeño pretencioso ¡Qué nos importa a los Lobos la sangre que corre en las venas de las criaturas mágicas! La única sangre que cuenta es la derramada por nuestros dientes o la contaminada con nuestra maldición.

Armándose de paciencia y con voz clara, siguió diciendo:

-Busco levantar cimientos fuertes que sostengan una nueva Era, donde magos y criaturas mágicas sean quienes decidan el destino del mundo en vez de ocultarse o moverse entre las sombras por temor a las pobres mentes muggles. Ellos son inferiores y deberían… deben conocer su lugar. Respetarnos.

-¡Ja, ja, ja! –rió con descaro Caius, aplaudiendo-. Es una broma… tiene que serlo.

Tom lo miró con el ceño fruncido, sentía un tic detrás de ojo izquierdo que empezaba a latirle con más fuerza. Estaba a un pelo de lanzarle una maldición a ese idiota. Utilizando toda su fuerza de voluntad reprimió sus deseos de acecinarlo y esperó a que se hiciera silencio de nuevo.

-¿Mis palabras no lo convencieron ni un poco? ¿Acaso usted no fue un mago antes de ser mordido?

-Lo que fui o soy no es de tu incumbencia.

-¿Por qué le niega a los demás la oportunidad de ser dignificados? –giró la cabeza en dirección a la multitud que tenía detrás-. ¿No les gustaría dejar de esconderse? ¿No quieren carta blanca para atacar a quienes los persiguen?

Un murmullo de asentimiento colectivo se hizo oír.

Caius parecía desconcertado ante el hecho que sus subordinados apoyaran a este mago que venía desde Londres, intentando usarlos para reprimir a los impuros. Contempló a Tom bajo otra luz, era mejor no dejarlo seguir hablando o empezaría a meter sus ideas en la mente de los demás y quizás fuera suficiente para hacerlos marchar a su lado.

-Si quieren libertad y reconocimiento, igualdad y respeto, síganme en mi cruzada…

-¡Sáquenlo de aquí! –Exigió Caius con la voz temblorosa al ver a la multitud vitorear- ¡No dejaré que este… este… ¡loco! siga discurseando tantas sandeces en mi hogar!

Tom perdió todo atisbo de sonrisa, apretó su puño alrededor de la varita y se preparó para defenderse de quien se atreviera a tocarlo. Pero nadie se acercó, todos parecían bastante confundidos con lo que estaba pasando. Algunos se hicieron a un lado para abrirle paso, esperando que él se fuera por cuenta propia.

Al final, Tom pensó que sería lo mejor. Armar una pelea con tanta desventaja de número no sería lo más sensato. Entonces se marchó sintiendo una furia helada que le recorría el cuerpo, nunca más permitiría que otra bestia lo tratara de esa forma. Cuando tuviera el poder absoluto aniquilaría a todo aquel que se atreva a interponerse en sus planes y sometería a las criaturas inferiores a los magos para que sean meros sirvientes de la causa.

Iría a casa de los Todd a buscar el resto de sus pertenecías y se marcharía a Calais, Francia. La próxima vez que tocara suelo Inglés sería convertido en el mago más poderoso que se haya visto y todos se inclinarían a sus pies. El mundo entero temblaría al pronunciar su nombre.

Aún ofuscado por como habían salido las cosas y deseoso de seguir con su viaje tardó en darse cuenta que alguien lo seguía.

-¡Hey! –lo llamó una voz entre la oscuridad-. ¡Alto!

Tom se dio vuelta con la varita lista para atacar a quien lo molestara. Estaba de muy mal humor y duda poder contener un potente hechizo mucho tiempo.

-Eh, baja eso, soy yo –el joven lobo apareció entre la maleza.

-¡Lumos!

El rayo de luz amarilla le dio de lleno en la cara haciéndolo retroceder. Tom pudo ver cuan magullado estaba, tenía un feo corte en la frente y ambos ojos rodeados por círculos negruscos.

-Traje un regalo para ti –dijo, cubriéndose la cara con una mano mientras dejaba caer una tela ensangrentada sobre el suelo-. Me costó un par de dientes y una docena extra de heridas, pero era hora de que alguien se alzara… el resto de los míos me siguió gustoso, sobre todo después de tu discursito.

Tom iluminó con desconfianza el revoltijo de telas, con cautela apartó los pliegues hasta dejar al descubierto la cabeza cercenada de Caius.

-¡Qué…

-De nada –se adelantó el joven.

Tom lo miró a los ojos intentando encontrar algún truco o trampa que delatara las malas intenciones del muchacho. Nada.

-Tenga la certeza de que siempre estaré a su servicio –gruñó-. Por cierto, me llamo Fenrir, Fenrir Greyback.


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